Siempre me habían dicho que aquella montaña era traicionera y sin embargo me atraía como una amante generosa. No sé por qué aquella mañana, tan temprano, decidí dar el primer paso, después otro y otro más. Noté como mis pulmones se ensanchaban y la sangre me saltaba alegre en las venas, hasta que sentí que una mano dura como una roca me aprisionaba el tobillo. Intenté resolverme y soltarme pero con cada intento más partes de mi cuerpo se volvían rocosas y duras. Llegó un momento en que toda yo fui parte de ella y comprendí por qué era tan traicionera, porque aquella montaña se nutría de personas a las que su belleza natural atraía como moscas a la miel.
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