Odio los viernes porque me toca hacer la compra semanal. Me cojo los carritos, dos, y me voy al Día donde ya me conocen y compro con más comodidad. Andaba yo por la zona de los yogures y demás refrigerados cuando se me acerca una Sra que me coge y me da un gran abrazo. Yo me quedo algo pasmada porque así al pronto no sé quién es, ella que muy contenta me dice que qué alegría de verme, que por fin se va el verano y que se me nota lo bien que estoy. Yo, con cara de póker, le pregunto por la salud pensando que me iba a decir que de la cabeza andaba tan mal que confundía la cara de las personas, pero nada, sigue con su perorata y su alegría por verme. Se me ocurre de pronto que no la reconozco porque le falta la mascarilla, así que le digo que se la ponga y ella obedece pero tampoco caigo. Sigo mirándola con frialdad y ella sigue con su mano en mi hombro señal indiscutible de que somos amigas. De pronto se me vuelve a ocurrir que quizá sea compañera de Pilates, así que le digo que por favor haga el pino, el puente y unas cuantas sentadillas y ella las hace sin rechistar cuando en la última se escucha un ruido desagradable y un : ¡ Ay, mi espalda!. Aprovecho ese momento para agarrarme con desesperación a mi carrito y salir huyendo pero una vocecita apenas audible me dice : ¿ Pero me vas a dejar así ?. No mujer, le digo muy dicharachera, te meto aquí en el cajón de los refrigerados junto a los guisantes y yo voy a buscar a un médico, un fisio o un mecánico de chapa y pintura, lo primero que encuentre. Cojo mis cosas y me dirijo a la caja porque no es cuestión de salir corriendo sin pagar. Ya en casa he llamado al súper para decir que en la sección de refrigerados hay una criaturita esperando que la saquen. ¡Dios que día más horrible llevo!
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