Pilar salió del hospital por la puerta de urgencias después de un turno de cuarenta y ocho horas. Llevaba sobre su espalda toda la tristeza de los casos que había atendido: dos infartos, un atropello múltiple, una parto difícil que acabó en cesárea... Tomó el paseo marítimo aunque eran las seis de la mañana y apenas amanecía, quería respirar aire y vida antes de llegar a casa, oler la sal del mar e ir deshaciéndose de cada problema que le pesaba. En la primera papelera tiró todas las manchas de sangre, en la segunda las lágrimas de los familiares, en la tercera el dolor envuelto en vendas, porque su casa era el útero a donde volver, el silencio indoloro, la luz que no ataca. Y así se fue limpiando de tristeza mientras caminaba junto al mar. Cuando llegó, se dió una ducha caliente y disfrutó de una cama demasiado grande y demasiado vacía pero con la conciencia tranquila.
jueves, 4 de enero de 2024
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