A las mujeres de mi generación, y a las de antes, ni os cuento, nos enseñaron a esperar totalmente vírgenes al príncipe azul. Viviríamos en una hermosa casita en el bosque y los pajaritos cantarían a nuestro alrededor. Lo que no nos contaron es que nos querían para limpiar, cocinar, parir, planchar, educar a los niños y mil cosas más. Mientras, nuestros príncipes azules se iban a vivir aventuras y nosotras nos teníamos que quedar ejerciendo la noble profesión de ama de casa.
Después, cuando venía nuestro adorado príncipe se encontraba la casa limpia, la comida en la mesa y la leña en el hogar. Ah, y a la afortunada princesa abierta de piernas para solaz y desahogo del todopoderoso señor.
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