Ayer me levanté ya con dolor de cabeza. En el almuerzo seguía aún más fuerte y empecé con un Paracetamol pero fue inútil, había llegado para quedarse. Al anochecer y viendo que persistía, me fui a la semipenumbra del dormitorio, me tumbé en la cama y me puse a mirar el tapiz que tengo en la pared de enfrente. Al cabo de un rato de estar mirando, me di cuenta de que tenía visión tubular y que se me nublaba hasta el punto de no poder fijar la vista y ver solo una gran nevada de copos blancos. Yo, como es natural, me asusté muchísimo e intenté llamar a alguien pero la voz tampoco me salía de la garganta y el silencio que se hizo fue sobrecogedor. Todo el cuerpo se me fue paralizando y un prominente sudor frío me recorrió entera. Ya no era miedo, era pánico. Estaba presa en mi propio cuerpo, solo me quedó el sentido del olfato y me vino un olor conocido, era el de mi madre, sí, estoy segura, era ella. Lo incongruente es que ella murió hace algunos años pero la sentía a mí lado. Solo podía usar la mente y en ella me concentré. Le dije, sin palabras, que tenía mucho miedo y si había vuelto para llevarme; no, me dijo mientras me acaricia la frente, aún no es tu día, ya lo sabrás más adelante. Cerré los ojos e intenté relajarme. Esta mañana he amanecido con el mismo dolor de cabeza y con una paz turbulenta.
martes, 12 de diciembre de 2023
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