Las palabras me andan revoloteando cerca, yo solo las cojo, las ordeno y las coloco sobre un lienzo en blanco; después son ellas las encargadas de transmitir emociones aunque alguna que otra creyéndose más lista que las demás, se sale del guión y me trastoca la frase y ya no digo lo que quiero decir sino lo que ella decide, lo cual, no significa que ambas estemos de acuerdo con el resultado. Iniciamos una dura y larga negociación, ella va a lo suyo y yo a lo mío. Las demás palabras de la frase se sientan a esperar, todas decorosamente vestidas y bien planchadas. Una O bosteza sin cesar, la I se queda quieta sin moverse, la U no deja de balancearse y ya va poniendo nerviosa a las demás. Después de un buen rato llegamos a un acuerdo, yo haré mi frase y ella la suya, con este resultado:
- La palabra díscola tiende a ser rebelde
- La palabra rebelde tiende a ser díscola.
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